jueves, 25 de noviembre de 2010

El lector (Bernhard Schlink)

En la novela, más tarde devenida en best seller, El lector, Bernhard Schlink cuenta una historia dentro de otra, y ésta última es la de la Alemania de posguerra. El personaje principal de esta obra es un hombre adulto llamado Michael Berg que comienza recordando sus días en un barrio alemán, pocos años después de la Segunda Guerra Mundial.
Berg, la “voz” de la novela, relata un episodio ocurrido en su adolescencia que marcará el resto de su vida.
A los quince años, tras recuperarse de una hepatitis, en uno de sus habituales regresos a su casa, al salir del colegio, comienza a sentirse mal y vomita. Una mujer de 36 años acude en su ayuda y lo hace pasar al patio de su casa para asistirlo. Tiempo después, en agradecimiento y por consejo de su madre, Michael decide presentarse en la casa de la mujer con un ramo de flores. Ese día el adolescente observa con erotismo la figura de la dama entrada en años. Admira su figura robusta y la sensualidad de sus movimientos. Pero avasallado por la mirada inquisitiva de la mujer, reacciona de manera infantil y escapa de la casa.
Permanece los días siguientes sin dejar de pensar en ella, con su mente divagando entre la moral y el deseo. Finalmente se decide y en una segunda visita termina acostándose con Hanna. A partir de allí comienza una relación obsesiva, llena de sensualidad, en la que Michael explora su nueva vida sexual y se debate entre su inseguridad y su dispar madurez con otros chicos de su edad. Hanna, por su parte, le pide a su joven amante que le lea literatura clásica y que no pregunte demasiado. Él solo sabe que es revisora del tranvía. Luego de algunos meses, la mujer desaparece y genera una fuerte angustia en Michael, que se irá apaciguando con el correr del tiempo. Sin embargo, sus relaciones póstumas serán un fracaso, debido a que idealiza en cada mujer lo que vivió con Hanna.
Siete años después el muchacho estudia Derecho y, junto a un grupo de estudiantes, observan los juicios contra criminales de guerra. En uno de ellos, encontrará a Hanna siendo una de las acusadas, como encargadas de un campo de concentración, de dejar morir a un grupo de prisioneras judías en una iglesia que se incendiaba. Durante el juicio, Michael se percata de que Hanna es analfabeta, y encuentra la explicación de muchas de sus extrañas actitudes ocurridas durante la relación.
   El personaje central hace una regresión-revisión de su adolescencia en la que aparecen cuestionamientos morales, encrucijadas de su personalidad y maduración. Michael va consumiendo su inocencia y se deja llevar y sorprender por sus instintos sexuales. Hanna irrumpe en su vida con su adultez, su soledad, y el secreto vergonzante de su analfabetismo.
     Repasando la biografía de Bernhard Schlink, podemos concluir que la novela tiene mucho de autobiográfica. Además de ser alemán y haber nacido en 1944 (La guerra concluyó en el 45), Schlink es profesor de Derecho, jurista, y fue nombrado en 1998 juez de la corte constitucional del estado federal de Renania del Norte-Westfalia. Su obra literaria consiste fundamentalmente en novelas policiales. Escribió una serie de tres tomos en las que el personaje principal es un ex fiscal nazi devenido en detective llamado Selb. La primera fue escrita con la colaboración de Walter Popp (también licenciado en Derecho)  y se llama La justicia de Selbs (1987); luego vendrá El engaño de Selb (1994); seguida de esta publicó El lector (1995) y años más tarde, finalizando la trilogía policíaca, El fin de Selb (2002). Sus últimas obras son Amores en Fuga (2002) y El regreso (2007). Pero fue con El lector, quizás su trabajo más intimista, que adquirió fama mundial: El libro se tradujo a 39 idiomas; obtuvo gran aceptación y numerosas ventas en Alemania y Estados Unidos; y se adaptó y llevó al cine.
En su trabajo consagratorio y multipremiado, el autor describe en cierta manera a una sociedad de posguerra que, ante el recambio generacional, se debate entre quienes condenan lo hecho en el pasado reciente, los que prefieren echar la mugre bajo la alfombra del olvido, y otros, que, aunque no se animan a expresarlo a viva voz, entienden, justifican o comparten las atrocidades cometidas por el nazismo. En una entrevista concedida a un medio norteamericano, Schlink recuerda el tema como disparador de peleas entre padres e hijos, además de mencionar a un profesor que le dictaba clases de inglés y que llevaba un tatuaje de las SS en su brazo.
Los jóvenes de aquella Alemania, aunque no todos, necesitaban al menos cuestionar a sus padres y abuelos para poder encarar al futuro con dignidad. Y no sólo a quienes fueran brazo ejecutor de las políticas nazis, sino a toda una sociedad que dio vida al símbolo de la aberración. Un pueblo diezmado por los resultados de la guerra: 55 millones de muertos y 35 millones de heridos; con  el 75 por ciento de Berlín destruido y el 90 por ciento de Nuremberg y Dusseldorf en la misma situación. Con la necesidad de limpiar, más allá de las fronteras, la imagen oscura de un pueblo que es visto de reojo por el resto del mundo.
Esos chicos alemanes de la posguerra, como Michael Berg, y seguramente Bernhard Schlink, fueron educados bajo el proceso de desnazificación que se llevó acabo tras la caída del régimen. En aquellos años se revisaron los planes de estudio, los textos (se reutilizaron los de la República de Weimar), y se hizo pasar a los profesores por una “prueba ideológica”.
Bernhard Schlink concede a su personaje las atribuciones para contar un poco su propia visión de la sociedad alemana posterior al tercer Reich, y, quizás, parte de su vida sexual adolescente. Las escenas de erotismo son de una intensidad que atrapa, la identificación con el personaje es casi ineludible. Es que Michael Berg es también, en mayor o menor medida, la representación de cualquiera de nosotros, que pasó por esas sensaciones de inseguridad, de ruptura de barreras, de incertidumbres indescifrables, de erotismo casi celestial y enamoramiento obsesivo, que sin desaparecer, se van calmando con el correr de la madurez.
Si bien no se detalla el ideario de Hanna sobre política o, para ser más exactos, los judíos en particular, el personaje grafica claramente la condescendencia con el régimen quizás por simple inacción ante la barbarie. Y eso pesa también sobre Michael, por haber amado apasionadamente a esa mujer.
Pero si es tan difícil y a veces imposible desligarse personalmente del peso de la culpa, ¿cómo puede hacerlo una sociedad en conjunto?
Por más que rechacemos ideas y hechos que hayan sucedido en nuestra historia social, siempre puede aparecer una arista que, mucho o poco, nos conecte con esa parte que aborrecemos de la vida de nuestro pueblo.   





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